Cantabria: ¡por fin en nuestro paraíso!

Llevábamos conduciendo desde las 6 de la mañana y ya eran las 18:00 hrs. Ya habíamos entrado en territorio cántabro y el paisaje se transformó por completo. Los campos de Castilla se transformaron en un paisaje rural espectacular de montes verdes y prados que se mezclaban con las nubes bajo una fina llovizna. 

Como si nunca hubiéramos visto nada igual, la sonrisa no se borraba de nuestra cara. Definitivamente éste era nuestro paraíso. Nuestro alojamiento iba a ser una posada muy apartada de la civilización (al menos eso nos parecía) y esto tenía sus pros y sus contras. Me preocupaba un poco (solo un poco) el no tener una farmacia cerca, alguna tienda o una cafetería. 

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Dejamos a un lado la autovía para buscar la localización de nuestra posada y cogimos una carretera nacional que cada vez era más estrecha y estaba en peor estado. Nunca en mi sano juicio hubiese conducido por aquella carretera si no fuese porque el GPS lo indicaba. Muchas veces me pregunto ¿qué sería de nuestra generación si no existieran el GPS del móvil? ¿y si nos quedamos sin datos? supongo que tendríamos que aprender a manejarnos con los mapas de carretera de toda la vida como hacían nuestros padres...

Los paisajes desde la carretera eran más vírgenes a medida que nos adentrábamos en la montaña. Íbamos completamente solos por aquel camino y aunque el GPS nos indicaba que ya faltaba poco para llegar, solo veíamos montes, bosques, ríos y prados llenos de vacas bajo la lluvia. 

En medio de todo aquel paisaje idílico, por fin llegamos a un municipio de a penas 100 habitantes. El "pueblo" era encantador con sus casitas de piedra, flores en las ventanas y balcones de madera. La plaza principal era el cruce entre 2 calles, y aunque nos gustó mucho el lugar, todavía no habíamos llegado a nuestro destino. Igualmente tomamos nota porque había un bar!

La carretera seguía hacia la montaña por un camino de tierra no muy cómodo y lleno de curvas que habría odiado hasta la muerte si no fuese por el entorno que nos rodeaba nos dejaba con la boca abierta.

Llegamos a otro lugar donde había algunas casas: Cotillo. El trazado urbanístico de este lugar consistía en rodear de asfalto las casas desordenadas con sus jardines, y dejar hueco entre casas para que pudieran pasar los coches. Sufrí mucho por no rozar el coche con las paredes de piedra de las casas porque aquí no existían las aceras y las calles eran puras cuestas que terminaban en muros de piedra. Puede que hiciera mucho tiempo que un coche circulase por allí antes que nosotros...

Y por fin, al final de una cuesta arriba de tierra, había un precioso jardín al que teníamos que subir con el coche porque allí también estaba nuestra posada y el aparcamiento. Yo no era capaz de subir y maniobrar el coche por esa cuesta, eso era imposible. Pero al final lo logré! :D (todavía estoy aprendiendo a conducir en situaciones extremas, para los conductores que somos de llano).

Iglesia de San Andrés desde nuestro jardín


Objetivo conseguido. Llegamos a aquel remoto lugar después de tantas horas... ¡y aquello era PRECIOSO! un auténtico remanso de paz. La posada era como la casa de montaña perfecta, con su jardín perfecto y vistas perfectas. No había nadie y solo se oía la fina lluvia caer, el sonido de los cencerros de las vacas en el monte y el silencio, paz y mucho silencio. Repito, el lugar era precioso y el momento PERFECTO.

Bajamos la maleta y entramos a la posada. No había nadie en aquel salón, pero aquello cada vez nos gustaba más. La posada por dentro era muy bonita y acogedora, estaba muy cuidada y decorada con gusto, con el suelo y techo de madera, las paredes de piedra y una enorme chimenea, pero olía a cebolla por todas partes. Al momento, salió Alfredo que venía de la cocina porque él mismo era quien preparaba la cena. Era un señor súper majo y atento. Nos enseñó nuestra habitación y después quedó a disposición nuestra si necesitábamos algo. 

Yo seguía alucinando mientras subíamos las escaleras. La posada, el entorno, todo era perfecto, pero la guinda del pastel fue nuestra habitación. Estaba en la última planta y tenía una ventana tragaluz en el techo, justo encima de la cama. Estaba tan feliz en nuestra habitación como una niña en Disneyland. Sabía que nuestro alojamiento iba a merecer la pena. 

Una vez instalados nos fuimos a dar un paseo por la zona y ver la iglesia prerrománica que había en nuestro jardín, las vacas pastando (no tenemos costumbre de eso) y a perdernos un poco por allí en busca de una ermita. Aquel era mi sitio, debería haberme quedado a vivir allí.

Empezó a llover de nuevo así que nos fuimos de nuevo a la posada y nos refugiamos debajo de un enorme hórreo de decoración que había en el jardín. Alfredo, a parte de ser recepcionista y cocinero, también es camarero, así que nos trajo 2 cervezas tostadas al jardín y allí terminamos el día: debajo del hórreo contemplando aquel paisaje bajo la lluvia y bebiendo cerveza ¿Qué más podíamos pedir?

Debo hacer mención a un grupo de vascxs que se alojaron también aquella noche y se vinieron al hórreo del jardín a beberse sus copas de vino con nosotros. Éramos los únicos que habíamos por allí :)

      

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