Hay días en los que todo sale perfecto y el éxito está garantizado, y otros días en los que solo al levantarte ya sabes que no va a ir bien. Nosotros aún no lo sabíamos pero cierto es que nos tocaba cambiar de alojamiento y dejar nuestra querida posada y su jardín, que yo siempre comparaba con mi paraíso particular. Como yo sabía que el listón quedó muy alto y era muy difícil encontrar algo parecido, me puse tan triste que me dio por llorar de pena al pensar que nos teníamos que ir de allí.
Adiós a aquel jardín en medio del valle donde solo se oía el silencio y los cencerros de las vacas, adiós al olor a lluvia y tierra mojada (bueno, estando en Cantabria precisamente eso no iba a desaparecer), las cervezas tostadas después de pasar el día fuera, adiós a mi definición de felicidad.
Era un domingo lluvioso y allí en medio de la nada y el monte era bastante difícil encontrar un bar y menos abierto. Al llegar al pueblecito más cercano (solo era una calle) preguntamos dónde podíamos tomar un café a la única persona que había por la calle ¡y bingo! el bar de la esquina estaba justo ahí. Tomamos un café y continuamos nuestro viaje en coche: nuestra ruta de hoy incluía un recorrido a pie hasta El Faro de Caballo, en Santoña.
Seguía lloviendo aunque lo hacía muy suave. La ruta que hicimos empieza en el pueblecito costero de Santoña, una villa no muy grande en la que curiosamente nos costó dios y ayuda encontrar aparcamiento. Cuando por fin conseguimos aparcar por el polígono, tuvimos que andar 20 minutos hasta el comienzo de la ruta que en teoría dura 3 horas (ida y vuelta) y son cerca de 4 km (sin contar con el tiempo que quieras descansar una vez allí).
Esta ruta en concreto no es una ruta circular, tiene algo de desnivel y la guinda de este pastel es el faro, y ojo que para llegar hasta él hay que descender por casi 700 escalones de piedra muy incómodos que luego tendrás que volver a subir. Pero aunque suene horrible te aseguro que merece la pena.
Esto lo digo desde un punto de vista objetivo porque nuestra experiencia no fue precisamente buena. Es cierto que el paisaje, el bosque y las vistas hacia la ría de Santoña, una vez has ascendido por el sendero son preciosas, pero veníamos de estar en el paraíso y de ver algunos de los pueblos más bonitos de España. Además estaba lloviendo y el cielo estaba muy gris. Perdimos mucho tiempo buscando aparcamiento y ya llegábamos tarde. A ratos empezaba a llover y hacía frío, pero en la que paraba, al ir cuesta arriba volvía a hacer calor así que nos pusimos y quitamos los chubasqueros 30 veces (me quejo mucho, lo sé. Que se lo digan a Carlos).
Nosotros seguimos andando por el sendero pasada ya la hora y media y aquello no tenía fin. Empezamos a desesperarnos porque el sendero era todo igual hasta que por fin encontramos un faro que nos hizo sospechar. Este no era el Faro de Caballo que estábamos buscando y en la ruta no había ningún otro faro, entonces... ¿qué faro era? ¿dónde estábamos? la ruta del Faro de Caballo es de ida y vuelta, pero puedes continuar y hacer una ruta circular mucho más larga de 12 km que rodea todo el Monte Buciero, pasando por el Faro del Pescador y allí estábamos nosotros. Nos habíamos pasado más de 1 km que después tuvimos que deshacer. Así de gratis perdimos 1 hora.
Entre desesperación y cabreo (porque el día lo llevábamos calculado al milímetro) deshicimos el tramo de más y encontramos el desvío al Faro de Caballo que ya era bastante transitado por más senderistas. Fue así como nos dimos cuenta, porque la señalización del desvío es un trozo de madera que se camufla en un tronco de árbol.
Ahora sí que íbamos en la dirección correcta, cansados de más y con una hora de retraso, pero quedaba lo peor: bajar y subir los 700 escalones. Aun así fue aquí donde comenzó el verdadero espectáculo. Una bajada por unos escalones de piedra súper empinados con un curioso mar turquesa de fondo y unos paisajes espectaculares. Y es por esto por lo que recomiendo hacer la ruta. Fuera de nuestra mala experiencia, el recorrido es una auténtica pasada y el faro es lo menos (un faro normal y corriente).
Bajamos sin prisa y aun así, el último tramo nos temblaban un poco las piernas. Descansamos un poco donde pudimos porque estaba lleno de gente y volvimos a subir tranquilamente, poco a poco, respirando... y llegamos arriba. Después volvimos por el mismo sendero hasta llegar a la civilización (que alegría y que hambre tenía ya!) y nuestro nuevo reto fue buscar un lugar para comer.
Foto de Manuel Cavanillas |
El día estaba saliendo bastante mal en general y no iba a ser menos el momento de comer. Estábamos reventados y era muy tarde por lo que nuestras ganas de encontrar un sitio donde sentarnos y comer era inversamente proporcionales a los bares que aun tenían la cocina abierta (eran casi las 16:00 h.).
El único sitio donde aún nos daban de comer se llama Portus Victoriae y estaba en un cruce lleno de terracitas con mucho ambiente. El servicio fue bastante malo y la comida peor. Nos costó que nos limpiaran la mesa (cosa que en tiempos de Covid aun me parece más grave) y también que nos tomaran nota. Comimos un menú del día y de todas las opciones que nos gustaban no quedaba nada (vale que llegamos justo antes de las 4). Nos ofrecieron cambiar la salsa carbonara de unos espaguetis porque no les quedaba, por tomate, solo tomate. Por supuesto el tomate era de brick, preguntamos si nos podían poner un poco de atún y nos dijeron que no. Le pedimos queso rallado o algo para acompañar y en principio nos dijeron que tampoco, pero luego sí que nos trajeron, menos mal. De allí salimos bastante cabreados y luego nos tocaba volver al coche que a saber a qué distancia estaba... nuestra experiencia en Santoña en general fue bastante mala. Seguro que yendo tranquilamente con un día de sol hubiera sido diferente.
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