Casa de Pilatos / Palacio de las Dueñas / Palacio de la Condesa de Lebrija
Yo ya había visitado la de Pilatos y me pareció un pasada, así que me gustaría ver cualquiera de las otras, pero es verdad que si quería sorprender a mi chico, con la Casa de Pilatos no iba a fallar, así que no se hable más. Cogimos el mapa y nos pusimos rumbo a la Casa de Pilatos. Callejeamos por una zona desconocida para mi, de callecitas laberínticas, blancas y silenciosas. Apenas pasaban coches y aunque todo estaba traquilo, en cada esquina había un bar que todavía estaba cerrado, pero seguro que a la hora de la caña se llenarían. Me encanta callejear por Sevilla ¿cómo puede ser una ciudad tan bonita?
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Llegamos a la Plaza de Pilatos, donde había algo más de gente: turistas como nosotros a punto de entrar a la casa. Compramos nuestra entrada y ya accedimos al patio central. Qué maravilla de lugar... sabía que era precioso, pero lo visité hace 15 años y no lo recordaba tal y como es.
Prepara la cámara para hacer fotos increíbles allí dentro, a cada estancia, cada patio, cada detalle. La Casa de Pilatos es un palacio de finales del siglo XV, perteneciente en la actualidad la Casa Medinaceli y combina gustosamente estilos tan distintos como el renacentista, el gótico/mudéjar sevillano y el romanticismo del siglo XIX, casi alcanzando la perfección. Actualmente solo está abierta al público la planta inferior y algunas zonas en la planta de arriba, el patio y los jardines, siendo el resto de la casa de uso privado. Abierto al público podemos ver salas revestidas con una cerámica vidriada súper colorida y espectacular, una colección de escultura clásica y algún ornamento bélico. Ojalá se pudiera visitar el palacio al completo y descubrir las colecciones de pintura que se guardan para su disfrute privado.
Tuvimos suerte y apenas había gente allí. Queríamos conseguir las mejores fotos de este lugar no tan conocido, para así poder recomendarlo a los clientes de la agencia (una imagen vale más que mil palabras), pero no somos los reyes de la cámara y la verdad que las fotos podían haber salido mejor; hicimos lo que pudimos. El precio quizás sea algo elevado si quieres visitar otros monumentos de la ciudad más relevantes, como la Catedral o el Alcázar, pero de verdad que merece la pena entrar a ver el palacio. Entrada general: 12 €.
Y a pesar de tanta foto, conseguimos cruzar el puente; ¡oficialmente ya estábamos en Triana!. Sin embargo, el colapso turístico que existía en pleno centro sevillano (zona de la catedral, barrio de la Judería y demás) en Triana apenas existía. No estábamos solos como turistas, pero era una zona bastante tranquila y la gente allí hacía su día a día ajenos al ajetreo del centro. La verdad que de vez en cuando se agradece.
El barrio y sus callecitas nos encantaron. Si tuviéramos que vivir en Sevilla, ese sería nuestro barrio (ya se que pedimos poco). De camino al bar donde íbamos a comer, nos encontramos con el Centro de Cerámica de Triana. La fachada era muy llamativa y no pudimos evitar entrar. Es el paraíso de la cerámica; una enorme tienda llena de pasillos con platos, cacharros, azulejos y un sinfín de artículos de decoración para todos los gustos. Aprovechamos para comprar algunos regalos para los amigos y nosotros seguíamos retrasando la hora de comer...
Finalmente llegamos a otro de los bares recomendados que teníamos en la lista: Las Golondrinas. Hay dos en Triana (uno muy cerca del otro) y nosotrxs fuimos a los dos. En el primero (un bar auténtico, de los de toda la vida), por suerte encontramos algo de sitio en la barra, y por supuesto tuvimos que quedarnos de pie. Pedimos unas tapas de jamón, queso y unos calamares a la plancha, aunque no nos pareció exageradamente barato.
Después continuamos al otro bar (bastante más moderno y con más variedad de tapas) y no tuvimos problema en sentarnos en la barra de fuera. Pedimos otras tapas y ya dimos por finalizada la comida. ¿A qué nos íbamos a dedicar el resto de la tarde? fácil y sencillo: a beber cañas por Triana hasta que el cuerpo aguante. Así que ¡otra ronda de Alhambra! (Cruzcampo no, por favor).
Tarde de cañas por Triana
Después continuamos paseando por Triana, vimos la Parroquia de San Jacinto (por fuera porque estaba cerrada) y seguimos caminando sin saber bien dónde íbamos. Era la hora del café y nos sentamos en La Baronesa Bar a tomarnos un cortado con una correspondiente copa de Baileys. Aprovechamos también para descansar en unos buenos sillones de su terraza... y seguimos nuestro paseo por Triana en busca de otro bar donde sirvan cañas: la siguiente parada fue en la Bodega el Picadero.
En realidad llevábamos ya muchos días tomando cañas y el plan no nos apetecía tanto, así que de ahí nos fuimos por la calle Betis a tomar el fresco por el río y acabamos sentados en la terraza de La Caseta del no ni ná con un cubata, pero fue sin querer! (no lo tengan en cuenta, que estamos de vacaciones).
Empezó a atardecer y Sevilla se veía precioso desde Triana. Era hora de cruzar el río y volver al centro, pero para no repetir el camino, cruzamos por el Puente de San Telmo. Fue inevitable sacar mil fotos más del cielo y el atardecer con todas sus tonalidades. Al final hasta se nos hizo de noche y fue lo mejor que nos podía pasar. Desde ahora, tengo un nuevo tip: el mejor atardecer en Sevilla es en el río. Ya sea en Sevilla o Triana.
Volvimos a Sevilla y ya no teníamos más ganas de beber cerveza ni comer más fritanga. Estábamos cansados, pero a la vez era una lástima quedarnos en el hotel y no aprovechar nuestra penúltima noche de tapeo por Sevilla. Así que nos animamos a cenar algo "ligero" por la Judería una vez más.
Y estaba todo lleno. Encontramos una mesa para dos en un bar de tapas cualquiera, pero algo más chic (y caro) de lo normal. No era lo que íbamos buscando, pero era el único lugar donde pudimos sentarnos. Pedimos ¡otra caña! porque ya nos salía automático, un risotto de boletus, rabo de toro y unas mini hamburguesas.
Toda la comida estaba muy buena pero volvimos a tener otro encontronazo. Parece que no vamos en la misma honda que la hostelería sevillana. Nos pusieron una bandejita de 'panes y picos' como hacen en todos los bares y que luego cobran aparte. No nos parece nada bien que te sirvan algo que no pides y luego te lo cobren, pero menos todavía cuando lo dejas intacto.
En nuestro caso ni lo tocamos, así que al pedir la cuenta lo retiraron de la mesa rápidamente. Efectivamente nos lo habían cobrado, pero a la vez se llevaron la bolsita de rosquillas para luego servirla en otra mesa y volver a cobrar ¡lo mismo!. Les dijimos que nos lo descontaran, ya que ni lo pedimos ni lo tocamos y al darnos una respuesta negativa, les tuvimos que exigir que lo trajeran de vuelta y eso les molestó todavía más. Sinvergüenzas...
Así que otra mala experiencia para el bolsillo... en fin. Mañana más.
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